Cuando uno contempla la pintura abstracta de Francisco Jiménez Conesa, Paco Conesa, (Madrid, 1956) percibe en ella la idea de libertad de la pintura, de libertad de composición, de libertad de formas, de libertad de color… La abstracción en el arte es la libertad por excelencia.
El espectador se asombra ante esta libertad de Conesa y puede sospechar de libertinaje, es decir de falta de disciplina o indagación de caminos claros y profundos por parte de pintor. Sus cuadros son dispersos, no parecen obedecer a series concretas y determinadas. Los hay más o menos acertados o felices. Los títulos -unas veces líricos, otras, informativos- no siempre ayudan, porque conllevan una dinámica de interpretación a veces peligrosa.
Los críticos, con nuestros prejuicios propios, buscaríamos quizás más bien series numeradas con dígitos romanos que nos centren las direcciones del autor, pero me temo que con Paco Conesa resultaría difícil cuando no imposible. Él es muy libre, como su pintura.
“Trabajo por impulsos y cada mañana, al ponerme delante del cuadro reflejo mi pensamiento, humor o estado de ánimo. Soy muy variable”, explica el pintor, al tiempo que confiesa que no gusta titular sus cuadros abstractos, pues si pone “Lluvia”, hay gente que busca un paraguas”. Pero alguien debe titular por él.
Ciertamente los cuadros necesitan una nomenclatura para poder hablar de ellos en el discurso teórico verbal o escrito, pero evitando quizás la excesiva dispersión. “Trabajo con música de jazz como fondo y el jazz lleva siempre a la libertad de interpretación”, añade el Paco Conesa Ciertamente la música es un arte muy poderoso y a veces estrangula al silencio perturbador y creador. Cada cual tiene su método.
A la hora de destacar o subrayar en la exposición de Conesa, esta crítica se decantaría por cuadros como “Azul”, una suerte de hermoso nocturno; “Secuencia”, uno y dos, en grises y ocres –aquí hay serie o secuencia-, o los cuadros geometrizantes como “Colores” o “Franjas”.
Julia Sáez-Angulo